Margot I, II y III
Ósmosis
En el invierno europeo de 2017 asistí a una residencia artística en Alajärvi, un pueblo en el interior de Finlandia. Vivía en las afueras, en una gran casona de madera del Siglo XIX que había pertenecido al pintor finlandés Eero Nelimarka. No había nadie más en la casa por lo cual la residencia se transformó en una especie de retiro. Sólo salía para cruzar el lago congelado y llegar al pueblo a buscar provisiones. Las horas de luz eran pocas y blancas y tenues y, cuando el sol desaparecía, quedaba un resplandor que era guardado por la nieve. También había un efecto específico en la nieve acumulada que generaba una suerte de amortiguación de los sentidos. Esta serie de paisajes abstractos, líneas sucesivas que construyen una atmósfera muy lentamente, nacieron allá. No se trata tanto de un lugar geográfico como de un estado mental. De la posibilidad del arte como una ocupación terapéutica. Partir de un fondo oscuro y observar como paulatinamente, con blanco titanio —cubritivo— y blanco de zinc —translúcido—, el plano se cubre de un velo que tiene movimiento.
Tal vez mi única posibilidad de conseguir atmósfera es la acumulación de gestos pequeños en el tiempo, igual que las termitas construyen esos fantásticos hormigueros a base de acumulación de pequeñísimas porciones de saliva y tierra.
Verónica Gómez