Hice pintar la sala del Centro Cultural Recoleta de negro, colocar alfombra negra en los pisos y obturé la propia entrada para que el observador, al entrar, se encontrara en un lugar realmente oscuro. Ni siquiera había cartel de salida con la flechita típica. En su lugar, había una persona del museo, que estando adentro ya tenía la vista acostumbrada a la intensa penumbra, y ante cualquier problema podía guiar al visitante hacia la salida.